El oro de Mauritania by Mariano Gambín

El oro de Mauritania by Mariano Gambín

autor:Mariano Gambín [Gambín, Mariano]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Aventuras
editor: ePubLibre
publicado: 2021-11-01T00:00:00+00:00


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Carretera de Nema, sur de Mauritania.

El cambio de los caminos de grava y arena a una carretera de asfalto supuso un enorme alivio para los amortiguadores del Toyota y para sus ocupantes. Encontraron a la altura de Timbedra la Nacional 3, la carretera que partía desde la capital, Nouakchott, en la costa, en dirección a la ciudad de Nema, al este. Esta carretera era una de las más largas del país con firme regular, y corría en paralelo a la frontera que separaba a Mauritania de Senegal y de Mali.

Druktar decidió hacer unos cuantos kilómetros en dirección al levante para proveerse en zonas pobladas de gasolina, agua y víveres. Al llegar a Nema, tomarían de nuevo hacia el norte, a Ualata, y desde allí, bordeando la frontera maliense, llegarían a Argelia acortando por el Khanachich, el corredor de Taudeni, de nuevo en Mali, pero por una zona completamente deshabitada y a miles de kilómetros de Bamako.

Antes de llegar a Nema, hicieron un alto en una gasolinera a reponer de todo y a descansar unos minutos. No llegarían a la ciudad porque sabían que en la entrada existía un control policial, como en las poblaciones de cierta importancia de todo el país. En la gasolinera les aceptaron el dinero maliense, más algunos dólares que Druktar llevaba, pero agotaron completamente el efectivo de que disponían. Druktar calculó que, aún con el tanque lleno, no llegarían a su destino sin repostar. Tendrían que hacerse con más gasolina por el camino. Dios ayudaría.

Reemprendieron la marcha en mejores condiciones y a los diez kilómetros de Nema giraron a su izquierda, adentrándose campo a través de nuevo en el desierto. Aquella era una zona de colinas pétreas que hubo que vadear por sus vaguadas. Unas decenas de kilómetros más adelante, encontraron el llano que, junto a una línea de montes continuos, les señalaba el camino hacia Ualata. Ya era mediodía y el sol apretaba con fuerza sobre el terreno. No se encontraron con más signos de vida que un rebaño de camellos a lo lejos que quedó atrás en unos minutos. Allí comenzaba el Gran Sáhara, el Aklé Aouana, el inmenso desierto en los que no encontrarían rastro de seres humanos en centenares de kilómetros a la redonda, un temible desafío para quien no conociera bien el lugar.

—A partir de Ualata, ya nadie podrá seguirnos —anunció Druktar a sus hombres—. Pero tendremos que hacer otra parada allí para conseguir más combustible. Nos espera un largo camino y no habrá otro lugar para obtenerlo.

—En un día y una noche llegaremos a tierra amiga, si Dios quiere —dijo Hassan.

—Si Dios quiere —repitió el líder—. Pero me imagino que los malienses avisarán a los mauritanos de nuestra presencia en el país. No tomaremos los caminos, iremos por la llanura guiados por el GPS. No nos conviene arriesgarnos a encontrar una patrulla.

—Dios nos guiará también —concluyó su segundo.

El todo terreno hizo el trayecto hasta Ualata en una hora y media. Tardaron algo más de lo previsto porque hubo que vadear varios cauces de uadis secos.



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